Los docentes, el patriarcado y el saber

En este artículo, el periodista, docente y estudiante de Letras en la UBA, Sebastián Zárate, propone pensar el trabajo y comportamiento de los docentes a partir de las publicaciones hechas en "memes" y videos virales. El disparador es una reciente producción del instagramer @gabrielhlucero, creador de Gente Rota, que posiciona a las madres de los estudiantes como mujeres ignorantes y brutas señoras del hogar que no saben nada y piden ayuda para resolver las tareas de sus hijos en esta época de cuarentena. En el artículo, Zárate reflexiona: ser profesor o profesora de Matemáticas, Prácticas del Lenguaje o Historia, ¿nos autoriza, como hacemos también los periodistas, a creernos sujetos dueños del saber? ¿Dónde está el saber? ¿En los manuales y el escritorio del profesor, en las experiencias diarias del alumno o en las vivencias cotidianas de la familia del estudiante? Un artículo para pensar.

Foto de perfil de Sebastián Zárate
Foto de perfil de Sebastián Zárate

“Diderich representaba ante sus hermanas pequeñas este mismo poder que le aprisionaba en su engranaje. Tenían que escribir lo que él les dictaba y habían de hacer faltas a toda costa, para que así pudiera él encolerizarse y repartir castigos. Estos eran crueles. Las pequeñas gritaban…, y entonces era Diderich quien tenía que humillarse para que no le delataran”.

Leo este fragmento en la página 13 de “El súbdito” de Heinrich Mann, novela que se publicó en Alemania el 30 de noviembre de 1918, después de terminada la Primera Guerra Mundial. La novela de Mann la leí por primera vez en el año 2012 para un examen de Literatura Alemana en la carrera de Letras de la UBA. “La representación de la mujer en las novelas El súbdito y El ángel azul de Heinrich Mann”, fue el título de mi ponencia que preparé junto a mi Maestro Osvaldo Bayer en “El tugurio” de Arcos y Monroe.

El súbdito anticipa al sujeto hitleriano que comienza a configurarse a principios de los años ’20 en Alemania. Diderich tiene ansias de mandar y para alcanzar ese objetivo, antes obedece. Diderich estudia en la universidad y es miembro de una asociación de estudiantes. Hereda la dirección de la pequeña fábrica de papel de su padre y logra casarse con una mujer rica y tiene hijos. Adora el poder.

En la novela observamos crecimiento y transformación del sujeto. Dice el narrador: “para hacer también ostensible este propósito en su persona física, a la mañana siguiente fue a la aristocrática peluquería de Haby y se hizo operar una radical transformación. (…). Hizo que le levantaran las guías del bigote en dos ángulos rectos por medio de una bigotera. Operando el cambio, apenas se reconocía en el espejo. En la boca, desnuda de pelos, flotaba una especie de amenaza felina, sobre todo cuando entreabría los labios y las puntas del bigote se alzaban hasta aquellos ojos que al mismo Diderich le habían dado miedo el día que los vio centellear en la cara del Poder”. (1946: 87).

Diderich forma su familia. Dice el narrador: “su concepto de la vida marital era el más severo. Las mujeres existían para dar niños, y Diderich no les permitía frivolidades ni indecencias, si bien tampoco les negaba los debidos recreos y alivios. Sobre el tapete de cuadros rojos bordados de águilas y coronas imperiales, al lado de la cafetera, estaba siempre la Biblia, y Guste había de leer un trozo todas las mañanas. Los domingos iban a la iglesia. Si Guste se resistía alguna vez, Diderich replicaba con toda seriedad”. (1946: 369- 370).

Recordé la novela de Heinrich Mann luego de mirar con mucha atención los contenidos que compañeras y compañeros docentes, aburridas y aburridos por la cuarentena protectora del coronavirus, comparten por estos días en grupos de WhatsApp.

Entonces, después de repasar la novela de Mann, pensé: ¿qué nos propone la sociedad patriarcal en que vivimos? Me respondí: para que la mujer alcance su realización personal, el mandato patriarcal es que tenga hijos y los atienda, que haga las compras en el supermercado y realice las tareas del hogar. Para el varón, en cambio, la sociedad patriarcal propone la salida de su casa al trabajo para producir dinero, sentarse a saborear la rica cena con la que la mujer lo espera todas las noches y arrojar dentro del canasto la ropa sucia que la mujer lavará al día siguiente. Continué mi reflexión: el mandato de la autonomía tiene que ver también con una madurez acerca de qué querés ser en la vida, cómo querés sentir y qué querés privilegiar. Y llegué a esta conclusión: la forma de enfocar estas cuestiones es con educación y pienso que somos los docentes quienes tenemos que pensar estos temas para poder explicarlos a nuestros alumnos.

En el Siglo XXI en Argentina los denominados “memes” y videos virales que circulan por WhatsApp me permiten reflexionar qué producciones desarrollamos y qué contenidos volcamos a las redes. Entonces, pienso: 1) ¿por qué en esos contenidos los docentes nos burlamos de las madres de nuestros alumnos y no de los padres? 2) ¿por qué esas representaciones burlescas provocan carcajadas en otras docentes?

El 16 de diciembre de 2018 la periodista Mariana Carbajal le preguntó a la antropóloga Rita Segato cómo deberían mostrar a la mujer los medios de comunicación. Segato respondió: “Se la debe mostrar como una sujeta que está descubriendo su propia capacidad política de modificar una estructura, que es la estructura desigual del patriarcado. Ese es su papel. Y por encima de todo como una sujeta que no necesitó de un príncipe”.

Ahora bien: ¿qué hizo en estos días de cuarentena el instagramer @gabrielhlucero, creador de Gente Rota? Caricaturizó a diferentes madres mientras ayudan a sus hijos con las tareas que en época de coronavirus los docentes damos a nuestros alumnos en forma virtual. En el video viral, que lleva la firma de @gabrielhlucero, esas madres son brutas, ignorantes y están vestidas con ropa de entrecasa.

Primera burla de Lucero: la madre está sentada en la cama. Su hijo al costado, en el piso. Por teléfono, la mujer pide ayuda a alguien para resolver la tarea. “Mirá, yo tengo una duda, bueno pero él lo hizo así, yo le fui preguntando, él lo hizo así, yo le recorté las palabras y yo le fui preguntando, o sea, no la ubicó solo, eeeeee, ahora zapatos, o sea ¿qué es femenino o masculino? Porque zapatos usan las mujeres, sería mujer, femenino, y él lo quiere poner masculino, o sea, fue la palabra que él me dijo pero yo le volví a decir qué es zapato y después me dijo femenino, ¿o es masculino? No, femenino. ¡Está bien!”.

Segunda burla de Lucero: vemos a la mujer sentada en la mesa de la cocina junto a su hijo. “Consulta, consulta. En el abecedario, la letra ch, la c, la h, la de chancho, ¿antes de la D o después de la D está?”.

Tercera burla de Lucero: la madre, sentada en el sillón de su casa, dice por teléfono: “una pregunta mamá de Gali. La cinta ¿es de 50 centímetros o de medio metro?”.

Cuarta burla de Lucero: la mamá con cuadernos abiertos y cerrados sobre la mesa envía un audio al grupo de WhatsApp de las madres: “hola mamás, buenas tardes, perdón que moleste. El viernes le hicieron hacer la historia de los tres chanchitos y el lobo, pero él puso en una parte tres cerditos. Quiero saber si eso está bien, por favor. Gracias”.

La publicación de @gabrielhlucero la compartieron compañeras docentes en grupos de WhatsApp que integro. Aquí vemos la caricaturización de la mujer como producto mercantil para la risa. En ninguno de los videos hechos por Lucero observamos a los padres en la casa. ¿Por qué? Porque como propone el mandato patriarcal el varón está fuera de su vivienda produciendo dinero y la mujer adentro atendiendo a los hijos y repasando las tareas del hogar.

¿Por qué Lucero no utiliza el tiempo libre de cuarentena para realizar producciones que nos permitan reírnos de nosotros, los varones? ¿Por qué no lo hace? Mientras escribía el artículo conversé con mi amiga Catalina, que también es docente, sobre esta caricaturización de la mujer. Le pedí que me ayude a pensar por qué las mujeres (muchas de ellas docentes) se ríen de burlas hechas a sus congéneres (las madres de los alumnos). Le pregunté también por qué considera que el varón está ausente en el video de @gabrielhlucero. Catalina me respondió: “es una forma de seguir construyendo el patriarcado día a día con cada representación simbólica. El varón es quien tiene el poder, de algún modo. Y así como no hay conciencia de clase, tampoco hay conciencia de género. Las mujeres riéndose de otras mujeres no es más que el trabajador poniéndose del lado del patrón para hacer de cuenta por un rato que no está oprimido, sino deberían reconocerse como ellas mismas del lado de esas mujeres de las que se están riendo pero prefieren separarse”.

El hecho de que los docentes compartamos estos contenidos burlescos (hablo en primera persona porque integro la comunidad docente) pone de manifiesto también la superioridad que consideramos tener quienes tenemos la obligación de enseñar. ¿En serio los docentes sabemos todo de todo? Ser profesor o profesora de Matemáticas, Prácticas del Lenguaje o Historia, ¿nos autoriza, como hacemos también los periodistas, a creernos sujetos dueños del saber? ¿Dónde está el saber? ¿En los manuales y el escritorio del profesor, en las experiencias diarias del alumno o en las vivencias cotidianas de la familia del estudiante? Tener un título no significa que sabemos más que los demás. Sabemos lo que aprendimos y lo que no sabemos ni aprendimos lo sabremos y aprenderemos en el recorrido y la experiencia. Entendamos esto: no sabemos más que nadie y tampoco somos mejores ni peores que las madres y los padres de nuestros estudiantes. Lo que hacemos dentro del aula es explorar el fenómeno didáctico desde nuestra ideología. Esto, por supuesto, se relaciona con una alta cuota de subjetividad. Nuestro trabajo, en el proceso de enseñanza y aprendizaje, está unido a un entramado de creencias que la práctica pedagógica siempre requiere. Para terminar, una última reflexión. Enseñar es preparar para el futuro. Por eso considero que la docencia es una profesión que debe ser ejercida con compromiso para contribuir en la transformación de la realidad. Nos estamos equivocando de camino si trabajamos para que los adolescentes reproduzcan en su adultez el sistema capitalista y patriarcal que nos oprime en el presente.

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