El conurbano significa cada vez más riesgo desde mucho antes de la pandemia, crece de manera caótica, con una muy deteriorada calidad de vida dentro de sus territorios, con calles y espacios públicos colmados de inseguridad y delitos.
Tanto las calles urbanas y de clase media como en las de barro que increíblemente a esta altura del siglo XXI siguen siendo de tierra y barro en grandes proporciones territoriales, incrementan su peligrosidad ofreciendo a los chicos y jóvenes de modo permanente y en los lugares más diversos, un nivel cada día mayor de delincuencia y de drogas.
Ya vimos después de un año, el daño que las decisiones sesgadas tomadas en nombre de la salud, le hicieron tanto a la psiquis, como a la economía, el empleo, y la educación. Daño que se profundiza en los sectores de compatriotas sumergidos en contextos de pobreza y vulnerabilidad extrema.
En estos sectores cada vez más masivos, llegar a ser adulto es haber crecido y vivido una vida entera sin conocer prácticamente otro espacio que el inmediato o más cercano, mucha gente no conoce más allá de su barrio a lo largo de su vida.
El conurbano profundo ofrece a millones de nuestros jóvenes mucho antes de la pandemia, una vida de aislamiento, el aislamiento de un gueto a cielo abierto, donde está oficialmente permitido entrar y salir, pero socialmente restringido.
Muy pocos entienden que en estos contextos ir a la escuela es zafar, de la misma manera que desconocen o niegan la importancia de una educación y una salud integral, donde la salud mental y el neurodesarrollo son tan indispensables como la socialización misma.
La escuela se vuelve para estos sectores una oportunidad de adquirir conocimientos formativos, pero también y sobre todo una chance de salvar su autoestima, determinante para su futuro desarrollo humano.
La escuela es para cientos de miles de niños y jóvenes bonaerenses, el salvoconducto para escapar a realidades muy hostiles.
Zafar de casa
Compartir un desayuno o una merienda en esa segunda casa que es la escuela, les brinda afectos no familiares, muchas veces, los únicos que reciben esos chicos que no pueden por diversas razones recibirlo en su propio hogar. Zafar de tener que ser papá o mamá de tus hermanitos porque los adultos no están cuando aún son niños; tener, aunque sea un rato, a alguien que te enseñe lo que en tu casa nadie puede. Tener acceso tal vez a una computadora con internet y tener ahí presente, presencialmente, a tus compañeritos, al niño o niña que te genera afectos, a tu profe que tiene esa autoridad o incluso ese respeto que necesitas sentir y transmitir.
Zafar del barrio
Zafar del barro, de esa naturaleza que gracias al abandono municipal se vuelve más hostil que bella, poder tener un ratito de deporte en un patio o una multicancha de material.
Zafan también los padres
Para los padres es zafar de vivir con el corazón en la boca preocupado porque tu hijo esté en la calle expuesto a la inseguridad, de tener que faltar al trabajo para quedarse a cuidarlo o de tener que pagar a alguien por esa tarea cuando los ingresos para tal cosa no alcanzan o directamente no existen. Ni hablar lo que sufren muchos padres que prefieren perder el empleo de ser necesario a dejar a sus nenes con terceros por inseguridad frente a los niveles masivos de abusos infantiles que todos sabemos que existen y que tan poco se combaten desde las políticas públicas. Zafar de pagar a maestros particulares que le enseñen a tu hijo lo que un profesor le mandó como tarea en la virtualidad de un grupo de WhatsApp y vos como adulto, no tenés ese conocimiento que se da por erudición, no sos capaz de comprender y mucho menos enseñarle.
Populares y antipopulares
Sorprende que sectores políticos que tienen por bandera lo popular estén tan alejados de sus supuestos representados y de sus realidades, que lleguen a tomar medidas que no hacen otra cosa que agravar sus realidades ya exorbitantemente arduas.
El alma para el desarrollo
Perder la autoestima es perder el alma para el desarrollo humano integral, es llegar a adulto sin expectativa de vida ni futuro, es sentirse no ser ni merecer, es creerse menos que cualquiera.
Mucha gente no podría imaginarse incapaz de utilizar google, o zoom o cualquier otra plataforma tecnológica, pero eso es muy común lamentablemente para demasiada gente que aún está inmersa en el analfabetismo digital, y que hoy es incapaz de ayudar a sus hijos en la virtualidad que exigen las medidas de aislamiento Covid 19.
No hay suficiente comprensión de las secuelas que estas realidades dejan en los individuos que la sufren directamente, ni las que dejan a la sociedad en su conjunto.
Sobrevivir constantemente a las muchas necesidades materiales sin tener fe, sin valorar la vida propia, ni la del prójimo, el desafío de mantener la valoración por una sociedad que parece no valorarte, luchar cada día por no sentir culpa ni vergüenza de una constante decadencia.
La educación es la herramienta por excelencia para el desarrollo humano, pero debemos tener en cuenta que esa misma herramienta es para las personas sin autoestima, algo que no creen merecer ni utilizar, la escuela es el segundo espacio más valioso, después del hogar donde vamos formando nuestra individualidad.
No les quitemos eso a los niños, no condenemos a nuestra sociedad a más atraso, ni a más resentimiento social.
Los chicos zafan en la escuela mucho más que contenidos, zafan una vida.
Vivimos una crisis global, donde las pérdidas humanas y materiales obligan lamentablemente a jerarquizar y priorizar. Necesitamos por ello gobernantes capaces de atender al máximo posible la emergencia del presente, pero sin sacrificar el futuro, por lo mismo el presidente Alberto Fernández, el gobernador Axel Kicillof y varios de sus barones del conurbano deberían volver a revisar sus decisiones y prioridades.