El 10 de diciembre de 2019 se abre un nuevo escenario en materia educativa en Argentina.
Ese día, el docente universitario Alberto Fernández asume la Presidencia de la Nación y en su discurso ante la Asamblea Legislativa dice “queremos que los avisos que pague nuestro gobierno, en lugar de hacer propaganda, contribuyan a mejorar el proceso de aprendizaje de nuestros jóvenes. Para que la matemática, la historia, la literatura, la física y las ciencias de nuestras currículas escolares, puedan ser enseñadas de modo más eficaz y creativo, a través de contenidos que sean desarrollados y diseminados por la pauta publicitaria que se pone en marcha con los recursos del Estado”.
Tres días después de asumir, vemos al Presidente y profesor Fernández intercambiar conceptos con jóvenes durante una evaluación final en la Facultad de Derecho de la UBA. Luego, confirma que no pedirá licencia y continuará dando clases cada 15 días.
Detengámonos en esta imagen: el Presidente y profesor Fernández lee con atención unos apuntes sobre su escritorio. A su lado, su compañero intercambia definiciones sobre Derecho Penal con una joven estudiante.
Observemos también esta otra imagen: el Presidente y profesor Fernández sonríe a la estudiante, que conversa con él y su compañero.
Ahora pasemos a las palabras y prestémosle atención a lo que el Presidente y profesor Fernández dice cuando sale, tres horas después: “es muy importante la educación pública”.
Que el Estado reoriente la pauta publicitaria para fines educativos no es una propuesta menor. Tampoco es un acontecimiento para ignorar que el Presidente de la República dedique tres horas de su agenda a tomar examen en la Facultad. Dos símbolos: el primero postula un compromiso y trabajo conjunto del Estado y los medios de comunicación privados para fortalecer el desarrollo de la educación. El segundo pone de manifiesto la responsabilidad de un profesor con la formación de los estudiantes. Ambos, una muestra de política y pedagogía.
La tarea docente exige un compromiso que siempre ponemos en práctica. Los escritores, docentes, periodistas, funcionarios públicos y legisladores siempre están comprometidos. Con lo que hacen y no hacen y con lo que dejan de hacer. Sartre lo dice al referirse a los escritores en “Presentación de los tiempos modernos” pero su definición engloba todas las áreas. Fundamentalmente, la de los docentes: “el escritor tiene una situación en su época; cada palabra suya repercute. Y cada silencio también”. (2008, p: 10).
Lo que los docentes hacemos y no hacemos también tendrá repercusión. En el presente y el futuro. Porque el compromiso que asumimos hoy lo veremos en los resultados de mañana. “En cualquier situación, los docentes son actores directos en la escuela”, explica María Cristina Davini en “La formación docente en cuestión: política y pedagogía”.
Davini explica las tradiciones en la formación de los docentes y las define como configuraciones de pensamiento y acción que, construidas históricamente, se mantienen a lo largo del tiempo, en cuanto están institucionalizadas, incorporadas a las prácticas y la conciencia de los sujetos. Esto es que, “más allá del momento histórico que como matriz de origen las acuñó, sobreviven actualmente en la organización, en el currículum, en las prácticas y en los modos de percibir de los sujetos, orientando toda una gama de acciones”.
Por lo tanto, nos ayuda a pensar Davini: “comprender estas tradiciones, sus conflictos y sus reformulaciones, insertas en nuevas situaciones, permitirá adoptar criterios más claros y distintos. Se trata, entonces, de comprender el presente a través de un rastreo del pasado”. (p: 20).
En el presente histórico de Argentina el Presidente de la Nación toma examen en la Facultad y corre el eje a los docentes. Quienes tenemos la responsabilidad de enseñar tenemos que estar, hoy, en la escuela, en la Facultad, en el barrio, en el bachillerato popular, en los centros educativos para adultos y adultas. Nuestro tiempo nos necesita. Así lo exige la situación y la época, que nos demandan compromiso, presencia y paciencia.
El Presidente nos interpela. Pone a circular la pelota en nuestra área y comienzan a girar las agujas del reloj que marcan el tiempo de pensar cómo continuamos.
¿Y cómo continuamos? Reflexionando sobre quiénes somos y qué hacemos para ejercer con coherencia nuestra tarea.
Escucho a Nicolás Trotta, Ministro de Educación de la Nación: “Los chicos en cada una de las evaluaciones tienen que tener la capacidad de transmitir sus aprendizajes. Y esto es para discutirlo en cada una de las instancias educativas. Porque el acompañamiento y la respuesta no son los mismos en la educación primaria y en la secundaria. Pero yo quiero ser contundente en esto: cuando un niño o un adolescente no tiene la capacidad de aprender no pongamos la mirada sobre lo que es la responsabilidad individual de ese niño, sino sobre la responsabilidad institucional. Cuando un niño no aprueba un examen no es una responsabilidad individual, sino que es una responsabilidad de la escuela y nuestro sistema. Y ahí tenemos que poner el foco para poner en valor los procesos de enseñanza y aprendizaje de toda nuestra comunidad educativa”.
Finaliza la entrevista. Pienso: el ministro también corre el eje y nos interpela y deja en claro la apertura de una nueva etapa sobre cómo enseñar y pensar la educación y la tarea docente en Argentina.
Trotta da el puntapié inicial en el área donde nos pone a jugar el Presidente y profesor Fernández. La pelota está en movimiento. ¿Qué hay que hacer? “Pienso que hace falta interrogarse sobre la obsolescencia del modelo tradicional que constituye la clase, es decir, un grupo de unas 30 personas que hacen la misma cosa al mismo tiempo y dentro del cual hay extremadamente poco trabajo de acompañamiento individual”, propone Philippe Merieu en una entrevista con Judith Casals Cervós. (En: http://www.igualdadycalidadcba.gov.ar/SIPEC-CBA/).
Una frase se repite hasta el cansancio en salas de profesores de escuelas secundarias: los estudiantes no leen. ¿Por qué? La familia no los incentiva en la lectura. Están todo el día con el celular. Se quedan jugando a la Play hasta las cinco de la mañana. ¿Vos viste la madre y el padre que tiene? Es un desastre. Pobre pibe.
Siempre trasladamos la responsabilidad a los alumnos y su familia. Desde estas páginas propongo correr otro eje para comenzar a cuestionarnos. Sí, nosotros, los docentes. Tenemos que salir de la simpleza y lo fácil y avanzar hacia lo profundo y difícil. Es momento de pensar(nos) como sujetos responsables del desarrollo educativo de los niños y jóvenes de la Nación.
Como profesor de Prácticas del Lenguaje y Literatura en el nivel secundario, me pregunto y pregunto: ¿Leemos los docentes? ¿Qué leemos? Si los docentes no leemos, ¿estamos siendo coherentes cuando les pedimos a nuestros alumnos que lean? ¿Por qué les reprochamos que no leen si nosotros tampoco leemos? ¿No deberíamos primero leer nosotros para pedirles a nuestros estudiantes que lean también? ¿Conocemos a nuestros alumnos? ¿Sabemos qué les pasa? ¿Por qué no vienen a la escuela? ¿Quieren venir? ¿Por qué no quieren venir? ¿Qué sienten los adolescentes que están ahí sentados de espaldas a sus compañeros en el aula? ¿Por qué se aburren? ¿Por qué se divierten más con el celular que con los contenidos de la materia? ¿Qué angustia a nuestros alumnos? ¿Qué les da felicidad? ¿Qué les causa tristeza? ¿Qué les genera alegría? En definitiva: ¿qué desean los pibes y las pibas nacidos y nacidas en el siglo XXI?
Hay que transformar la educación. Se acabó el tiempo de repetir lo que dicen los manuales y escribir en el pizarrón dándole la espalda a los estudiantes. La historia cambió. Hay otro presente y hay que construir otro futuro.
Una lectura reciente motiva la redacción de este artículo. Se trata de El sufrimiento de los seres comunes de Guillermo Saccomanno. Publicado en noviembre por Editorial Planeta, contiene 23 cuentos. Focalizo en el tercero, “En el penal”, porque permite reflexionar sobre la labor docente.
Leamos literatura juntos.
Marcos es profesor de Literatura en la Unidad Penitenciaria 9 de Neuquén. Marcos invita a un escritor (el narrador) a conversar con los presos en una de sus clases que dicta dos veces por semana, cuatro horas cada vez. Uno de esos estudiantes es Enzo, que escribe muy bien y publicó un cuento en la revista anual que publican los internos. “Escribo sueños, aclara Enzo. Pero no son mentira. Escribo la verdad de lo que sueño”. (2019, p: 34).
“Por iniciativa de Marcos, ya hace cinco años que los internos escriben y publican en un único número anual de una revista de treinta páginas con letra apretada y dibujos que ilustran las notas, los poemas y los cuentos. La publicación se llama Libremente. Trata de reflejar no sólo escenas de la cotidianidad de los presos. También sus reflexiones en el encierro. Los cuentos suelen ser historias tristes, de infancias desgraciadas y destinos torcidos por la calle. También historias de amor en las que abundan la lluvia y el adiós. La soledad suele ser además una constante en los poemas”. (2019, p: 34, 35).
Después de unos meses, una madrugada de otoño, el narrador, mientras redondea un artículo, recibe un mail de Enzo, que recuperó la libertad y está parando por San Telmo. Enzo le promete en el mail que va a ganarse la vida como escritor y lo invita a tomar una birra. Más abajo, le escribe unos pensamientos. “No creas que todo perdura. Cree en que todo termina. Y verás que hay un nuevo comienzo. Lleno de felicidad”. (2019, p: 37).
Permitirles escribir a los estudiantes para que cuenten qué sienten y qué les pasa, también es correr el eje. Corrámoslo, entonces. Este presente nos da la oportunidad de hacerlo para que el futuro sea mejor. Enzo es el ejemplo.