El caso del censista de La Matanza que terminó a las 10 de la noche: “No pensé que iba a encontrar algo así”

El encuestador trabajó en el Barrio Jorge Newbery de Laferrere y fue el último en irse. El motivo.

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Por primera vez en la historia la Argentina realizó de manera bimodal su Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas. La virtualidad pudo agilizar algunos pasos para quienes completaron los formularios digitales, pero en el conurbano, como en otras partes del país, la realidad chocó de frente a la tecnología, algo que queda en evidencia con las historias de los censistas que salieron a la calle y pusieron el cuerpo por más de doce horas.

Un caso particular que llegó a No Ficción fue el de un censista que trabajó en el Barrio Jorge Newbery de Gregorio de Laferrere, en La Matanza, donde al golpear una puerta se encontró con una vivienda con treinta personas viviendo dentro. “Cuando arranqué me dijeron que cuando me toque en la casa de enfrente me iba a querer matar, no pensé que iba a encontrarme algo así”, contó a este medio P., uno de los encuestadores que estuvo ayer en la zona mencionada y fue el último en irse de su cuadrilla.

Lo cierto es que el caso de P. no dista demasiado al de sus compañeros y al de otros censistas del AMBA: “a mí me tocó una manzana nada más y me encontré con que la mayoría de la gente vivió toda la vida ahí, muchas familias viviendo juntas, de dos o tres generaciones”.

Sin embargo, le tocó en suerte censar a una familia que lo dejó reflexionando: “vivían en un solo terreno 30 personas”, graficó, y continuó: “Era un hombre con su esposa, con hijos, que a su vez tuvieron más hijos, y había sobrinos también… con una situación habitacional muy deficiente”. El escenario da cuenta del nivel de sobrepoblación que tiene La Matanza.

Consultado sobre cómo estaba organizada la vida de los vecinos, el censista P. aclaró: “eran tres casillas, de las cuales una sola tenía agua corriente. En todo el terreno había un solo baño que estaba afuera, sin cadena por lo que lo usaban a baldes. Y tampoco había red de gas”.

A este trabajador la experiencia le hizo pensar: “aprendí a ver otras realidades, fue duro, pero también me di cuenta que es gente que quiere salir adelante pero que no le dan las posibilidades. En el caso de esta familia eran feriantes, o trabajaban en cooperativas y los chicos iban todos a la escuela”.

Además, contó que lo que más notó fue que “estaban conscientes de sus deficiencias habitacionales y que sentían vergüenza, me decían que pronto iban a mejorar, pero sin que les pregunte. Es gente que quiere salir adelante”.

Otro compañero de P. que trabajó en la zona coincidió con que “la mayor parte de la gente tenía problemas de estudios, muy pocas con educación superior, pero la mayoría de las personas son trabajadoras”.

Por último, insistió con que la tarea, por la que se les abonó a ambos $6.000 fue más difícil de lo planteado: “El censo no estaba bien organizado. Van a decir que fue un éxito, pero no. La aplicación no funcionó, no hubo ofrecimiento de una vianda o algo. Tuvimos un lugar de base que fue un colegio que tenía baños y no mucho más. Por suerte la gente que organizó, que coordinó, nos ayudó mucho. Y trabajamos a destajo, estuvimos desde las 8 de la mañana hasta las 21 que empecé a completar la última planilla”.

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