Los albertistas de paladar amarillo

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El coronavirus arrasó con toda planificación opositora. No hay lugar para llevar a cabo nada de lo que puertas adentro habían especulado desde Cambiemos.

La imagen de María Eugenia Vidal se desvanece al ritmo de su silencio. De manera estrepitosa, la conducción imaginada de los renovadores amarillos deberá esperar hasta escampar.

No tienen margen más que para atisbos oportunistas y espasmódicos. Así lo ven en los gobiernos nacional, provincial y hasta algunos intendentes rejuvenecidos de la pyme amarilla.

No es fácil. Están solos. La gerencia partidaria no escucha, no habla, no acompaña. Es una familia con ausencias que busca contención, al menos decorosa, en un momento delicado, único. En ese plan está la mesa chica de Alberto Fernández.

Atender, atender, atender. Como un mantra se repite en las cabezas de los operadores presidenciales.

En el oeste azul y blanco, Diego Valenzuela está rodeado y solo. Jorge Macri está lejos, Horacio Rodríguez Larreta haciendo malabares para gestionar y no quedar deslucido en la foto gobernante con Alberto Fernández y Axel Kicillof.

Desde la gestión, pero sobre todo desde la atención, el gobierno logra disputas internas en territorio enemigo. Mueve sus fichas y tambalean las del contrario.

En eso está Juan Zabaleta, intendente de Hurlingham y de mucha confianza presidencial. “Juanchi”, ingeniero de puentes por naturaleza, es uno de los conductores de la ambulancia política que pretende rescatar del naufragio a jefes comunales como Valenzuela.

En el oficialismo tienen dos intenciones en la relación con los intendentes opositores. Por un lado, mostrar públicamente la idea de cerrar la grieta. Y por otro lado, neutralizar el repliegue de Cambiemos.

El presidente, con su manejo político de la crisis, dio nacimiento a los albertistas de paladar amarillo.

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